top of page

la gaviota y el pez

Una tarde, cuando todas las gaviotas habían terminado de alimentarse, y comenzaban a levantar el vuelo hacia su morada. Un ave en especial miraba apacible el lago, como quien busca algo, como quien no busca nada. Terminaron todos sus compañeros de retirarse y ella permanecía, con paciencia extraordinaria.

De pronto, sobre el borde del lago un par de ojos asomaban y avanzaban, como quien sabe perfectamente hacia dónde va, como quién camina dejándose llevar por el viento.

 

  –  De nuevo no has comido… Todos los demás se saciaron.- dijo el pez, un par de metros de llegar a donde se encontraba el ave.

  –  Sucede que he perdido el apetito... Estos últimos días te he visto arriesgar la vida sólo por asomarte a confirmar que sigo de pie en esta rama.

  –  Es extraño, cualquier otro de los tuyos ya me habría encerrado entre sus garras…

  –  Cualquiera de los tuyos ya habría huido al fondo del lago…

  –  Supongo que no somos muy comunes. Alguna razón importante debe mantenerte ahí, tan quieto.

  –  No es una razón tan importante, es sólo que estoy aburrido. Las reuniones y las charlas de las gaviotas no son tan apasionantes como uno se pudiera imaginar.

  –  Está a punto de oscurecer amigo gaviota.

  –  ¿A… amigo, dijiste?

  –  Claro. Piénsalo, es una amistad tan incompatible que bien podría ser el título de una novela.

  –  ¡Hahaha!, cierto, cierto. Amigo pez. Me encanta la idea… Supongo que supones que estaré aquí mañana… Pues así será.

  –  Oye… pensándolo bien… si mañana vuelve tu apetito bien podrías comer a mis padres, a mis hermanos. No es correcta nuestra amistad, por muy dramática que parezca.

  –  Yo pensaría lo mismo. Y me alejaría de mí. Probablemente intento engañarte para comerte después. Comprendo, y me hará feliz que he roto contigo las reglas, y por un hermoso instante tuve un amigo pez.

  –  Adiós.

Nadó el pez hasta el fondo del lago como queriendo enjuagarse la confusión. Al siguiente día la gaviota se encontraba de nuevo en su rama, pero lucía más delgada, igual de paciente que antes. El pez no había salido por completo de su desconcierto y tan pronto confirmó que la rutina del ave seguía vigente volvió al fondo del lago, saliendo sólo ocasionalmente por aire, pero de espalda a sus depredadores.

El siguiente día, la gaviota había perdido más peso, pero seguía siendo indiferente a sus compañeros, y también al pez.

Habían pasado tres días, desde la primera y última charla. Por fin el pez, esperó a que las aves se retiraran, se acercó a la rama y dijo:

  –  Demasiados días llevas ya sin comer. Y no sé si deba preocuparme, pues de haberlo hecho pudiste haber asesinado a los míos o a mí mismo. Aun así, y a diferencia de tu manada no puedo permanecer indiferente. Pero es también un hecho que no puedo ayudar.

  –  Amigo pez…  espero no te moleste que te llame así. Hay un hambre más desgastante que la del cuerpo. La del afecto y el reconocimiento. Tú, me has reconocido, la curiosidad, el vértigo y algo más te han guiado hacia mí, no como tu depredador hambriento, si no como alguien que por no pensar igual al resto pudo haber sido tu amigo. Gracias. Tus miradas fugaces y el recuerdo de tus palabras, sacian el hambre de mi espíritu.

El pez, de nuevo sin palabras, se alejó consternado. Sumergiéndose más y más queriendo borrar el recuerdo del ave estropeada por el hambre. Un día más pasó sin acercarse a la rama. Y decidió ir a despedirse al siguiente atardecer, seguramente no habría otro más para su amigo.

 

  –  Has perdido, peso y plumas. Brillo y fuerza…

  –  Aquí, tirado al piso al lado de la rama donde nos conocimos, a punto de la inanición puedo decirte que no todos los peces de este lago me habrían nutrido como lo has hecho tú al sólo visitarme y recordarme.

  –  No soportarás un día más sin comer gaviota… amigo gaviota.

  –  Poco importa, pues antes de conocerte, ya había decidido irme. Por eso no me despego de este lugar. El aliento lo he obtenido sólo de tu presencia y tu recuerdo. Gracias. Ahora partiré. Acércate amigo, déjame abrazarte bajo mi ala, así te llevaré a donde tenga que ir.

 

El pez, en contra de todo instinto, se acercó lentamente hacia su amigo. No dejó de pensar ni un instante en que podría estar siendo engañando. No dejó de recordar que también el ave moribunda le parecía haberlo reconocido como más que una presa, con el deseo ferviente y espontáneo de un amigo. Al fin llegó, se dejó abrazar con las últimas fuerzas del ala de su colega. Una sonrisa se dibujó en el pico, abrió las alas casi involuntariamente, y se echó hacia atrás.

El pez desesperado, y ya sin miedo ni desconfianza, nadó de nuevo a donde estaba su familia, los que de ella quedaban, los miró con una sonrisa extraordinaria y volvió donde la gaviota.

  –  Tú me has reconocido. Y entiendo ahora del hambre que no es del cuerpo, y sin ti, terminaré por morir de esta hambre. Prefiero en este instante morir aquí, pues lo demás no será jamás lo mismo.

 

Saltó fuera del agua, jadeando se colocó junto a la gaviota a punto de morir, quien de un salto se puso en pie arrojó al pez lejos del lago y lo colocó bajo sus garras sorprendentemente filosas. Del fondo, desde los arbustos, salieron otras varias aves depredadoras que aplaudían y sonreían desalmadamente a la vez que decían: “Vaya, vaya, vaya, lo hiciste. Ganaste la apuesta hermano y ahora no nos queda más que coronarte rey”. El pez, pasmado y frustrado por no poder volver al agua lo miró turbadamente.

 

  –  No gastes tu aliento. Supongo que supones que te mentí. Pues así fue. Pero ahora seré sincero, tu familia, los de tu especie, que por cierto no tardarán en venir a buscarte y convertirse en un festín para los míos y tú son los peces más codiciados del lago desde hace generaciones. Al devorarte habrás saciado mi hambre… de poder amigo pez.

  –  ¿Otra cosa en la que me hayas mentido desgraciado?

  –  Sí. Las reuniones y las charlas de las gaviotas son realmente fascinantes.

bottom of page