emi y el amigo naranja
Emi y el amigo naranja es una historia que me perturbó al escribirla, me perturba cada que la leo... llegó a mí pensando en muchas cosas, entre ellas mi madre. Es el único texto hasta el momento que debo recomendar leer con precaución.
Tras la ventana, las luces de neón sonreían a gran velocidad la oscuridad armonizaba algunas danzas de los traviesos haces, no había nadie más que Emi y su madre en el amigo naranja. Dos manos tomadas con amor todo el tiempo viajando entre estaciones, una mirada autista y otra muy cansada, más de tres cuartos de siglo sobre un par de hombros cansados, casi 40 años bajo una gorra desgastada de aquél magnífico equipo de futbol: un bebé y su guardiana.
Un día intentó pensar qué sería de Emi después de ella, sólo cosas terribles para su mente se manifestaron y decidió no volver a eso jamás. De lunes a sábado, durante años tomaba aquella bolsa de mano de marca italiana tan reconocida, tan rasgada, opaca e imponente, y con la otra mano a su chiquillo, uno manso e inmerso en cosas invisibles a su madre y a los habitantes del amigo naranja.
Llegó un lunes en que no despertó temprano, no vio la bolsa de mano ni el pequeño alimento del amigo naranja, mamá no inflaba panza, ya no más. El martes le visitó el hambre pero la ignoró, el miércoles después de un enfrentamiento con lo invisible quiso refugiarse en mamá y durmió todo el tiempo a su lado, el jueves mamá infló panza de nuevo pero no hubo amigo naranja sólo un par de panes y fruta triste sobre la mesa, mamá olía mal. El viernes tomó agua de la llave en una cubeta y empapó a mamá: un baño, arrojaba jabón para trastes y agua. Repitió hasta que el cuarto quedó inundado, Emi no sabía nadar, pero aprendería en ese momento para sorprender a mamá y contárselo a su veloz amigo, nadó por todo el cuarto hasta dormir de agotamiento y hambre. El sábado Emi miraba televisión dentro de su nueva piscina y ponía algunas migajas sobre la almohada de mamá, ella despertaría en cualquier momento. Nada se sabía de sus domingos juntos, pero Emi despertó y fue con Doña Josefina que preparaba arroz con leche cada domingo después de misa, pidió fiado un litro y lo llevó a casa. La puerta que no se había abierto desde el pasado domingo dejó escapar el olor a muerte que atrajo la atención de quienes aún vivían frente a ellos. Un agudo e interminable sonido acompañado de luces rojas atravesó la calle hasta la cama de mamá, el llanto de Emi y sus golpes contra la pared no impidieron que robaran su único tesoro y razón de vivir, mientras la guardaban veían algunos cuadros y fotografías en la pared, decían:
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-No mames a poco ésta es…
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-Sí, ¡si es!
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-No pues ora sí que todo se acaba
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-Hahaha, hasta en la tele salía mira esas fotos con los señores que disque actúan
No podía atreverse a hablar con nadie más, era uno de los peores domingos de su vida. Debía pedir ayuda a su amigo, él la podía regresar, comenzó a buscar alimento por todas partes, encontraba más y más fotos, y bolsas y vestidos… sólo ahí, al fondo había algunos boletos húmedos y a punto de deshacerse, los tomó y salió corriendo, caminó hasta la cueva de su amigo pero el enano de metal no le permitía pasar, estalló en ira y llanto mientras saltaba al otro lado donde su amigo estaba a punto de llegar. Encontró sólo golpes de hombres en azul quienes lo llevaron hasta la entrada, Emi nunca hablaba con nadie extraño de nada, podía oír todos los ruidos pero no le interesaba entenderlos, ni quería hacer ruidos para que lo entendieran por eso los hombres en azul desesperaron y le golpearon más.
Seguía en el peor día de su vida. Permaneció durante horas sentado en silencio total ignoraba lo visible y lo invisible, en un salto emprendió una carrera hasta donde estaba su amigo, fue tan rápido o tan lento que nadie se dio cuenta de que había saltado la trampa. Emi estaba ahí, golpeado, pensativo y desvariando por el hambre, que aún ignoraba, fijó su mirada en la cueva de su amigo, éste pasó frente a él le invito a pasar, pero Emi no hizo caso. Se quedó ahí mucho tiempo sin prestar atención a su constante amigo, a los ruidos de los demás, a quienes jamás había visto antes. De pie… autista… extrañaba a mamá.