A l t a m a r
La bitácora se reserva para el capitán, pero éste ya ha vaciado todo el ron en su boca y toda la pólvora de su revólver en su sien… puede ser esta transmisión una falta a las reglas, pero a fin de cuentas ya no llegará a nadie… no queda más ley que las olas del mar.
Siete días llevamos a la deriva, a nadie le importa nadie, tanta repulsión hay entre nosotros que hasta la idea del canibalismo es absurda, antes cien veces moriremos de inanición.
Los más listos dedican sus horas a navegar en su memoria; no hay ahí recuerdos dulces, ni de familia, ni de un hogar… realmente muchos no estaríamos aquí si algo de eso nos esperar en el puerto. Sólo recuerdan las noches infinitas en los bares, las peleas, el ron y las putas, el ego con el que impartían misa en cada reunión y con la que humillaban a los aprendices y a los seres de la tierra firme, a base de historias de alta mar y maldiciones.
Poco importan los que no caminan sobre el agua, los que no ambicionan una nave propia, los que están aquí sólo para disfrutar del viaje. Es todo una guerra egoísta rodeada por nubes negras y aguas rabiosas, donde los marinos temerosos de su extinción se aferran a lo peor de sí y del pasado para seguir a flote.
En un mundo donde cada uno busca echar a altamar su velero a costa de lo que sea, las trampas y la deslealtad son lo usual… es todo un mal intento por convertirse en piratas. Hasta ellos lo comprendieron y ya se han marchado a los mares de otros mundos, se han resignado al final de su turno en este juego… pero nosotros no… Estamos tan acostumbramos esta forma de pasar los días que jamás conocimos de cosa ajena a los cascos de la nave y la espuma del agua agitada… tanto que cuando no hubo un líder en la nave que nos ordenara qué hacer quedamos inmóviles, atónitos y temerosos.
En este que es el último barco sobre altamar ya no valía la pena luchar por tomar el mando, a todos nos golpeó en el rostro el hecho de ser la generación de la extinción… por un momento todos quisimos liderar la nave, inmediatamente todos quisimos beber ron y reventarnos la cabeza… todos perdimos la razón…
No nos volvimos locos, porque lo estábamos desde antes de abordar, pero abandonamos el papel que este teatro nos había dado, la excusa que teníamos para no dejarnos morir; sin libreto, sin amigos, sin un siguiente acto… sólo el final al que nos aproximábamos a toda máquina en dirección a la orilla del mundo: a un precipicio, hacia el espacio exterior, el cielo o el infierno, no importa, en ninguno de esos lugares hay lugar para los hombres de mar.
Ya no somos capaces de entendernos con las estrellas, ni entre nosotros, ni con el fantasma del capitán que nos visita regularmente… ya no somos parte de la historia, realmente dejamos de existir mucho antes de darnos cuenta. Estamos todos sentados, sonriendo y llorando en el vaivén de las olas que corroen el barco, como dijo el poeta argentino; nadie nos vio partir, nadie nos espera… ni en tierra firme, ni en el fondo del mar.
Somos una mala broma. Escoria. Toda la vida no hemos sido otra cosa que náufragos.
Aunque hace días que el radio está apagado, cada día lo utilizo como confesionario, nadie se ha tomado el tiempo de juzgarme, mucho menos de escucharme, pero si Poseidón existe y recibió mis rezos ya me habrá perdonado un poco por haber nacido… también le he pedido entre un llanto más amargo que la sal, que cuando me resucite sea en forma de gaviota, para ver la vida pasar entre puertos, naves, peleas y maldiciones para que al llegar la próxima muerte pueda venir a este punto en que se cruzan el mar y la nada, a morir… otra vez.