este era un buen hombre
Lucio Sánchez era un buen hombre. El pilar de una familia muy linda. Excelente en su profesión, hombre de nobleza e integridad. No hacía realmente mucho dinero, sin embargo era un hábil administrador y vivía muy bien. Tan bien que les sobraba siempre al fin de cada semana un poco de alimento y algunas ropas al final de las temporadas. Había en su ciudad como en muchas otras una cantidad creciente de indigentes, de edades y sexos indistintos que amenazaba siempre con multiplicarse.
Tomó entonces cada fin de semana algo de sus excedentes de despensa y los compartió con aquellos que poco o nada tenían, excepto cuando se atrevían a robar, pues mendigar no es ya tan redituable.
No distinguían sus benefactores ni él mismo si el brillo en sus ojos era soberbia, orgullo o caridad de gran pureza. Se volvió pues esto, una linda costumbre familiar que de a poco se contagiaría a los vecinos.
Llegó el día, como sucede siempre en que el buen hombre perdió su empleo. Tan buen administrador resultó que contaba con recursos suficientes para mantener a la familia hasta que lograra obtener un nuevo trabajo. Hábil y recto, no le sería complicado resolver la situación, al cabo de una semana había conseguido ya, tres entrevistas laborales muy serias. Alegría y esperanza surgieron en la casa de los Sánchez.
Después de dos semanas más, el hombre ya cubría una pasantía que le brindaría la oportunidad de integrarse en una compañía y un puesto mejores a su antigua ocupación.
Al cabo de este tiempo Lucio y su familia recibían la visita de sus asistidos compañeros. “Señor nuestro, hace mucho tiempo ya que no recibimos nuestra parte. No hemos querido preocuparnos mucho, pero si no se pone al corriente con sus donaciones, toda preocupación caerá sobre usted y su familia” –dijo la pareja representante de los socorridos.
Lucio sabía que la responsabilidad tiene un peso mayor a la caridad, pues no puede existir la segunda sin la primera, dijo con vos severa y cálida:
– No tenemos obligaciones pactadas con ustedes. Comprendan que no se les debe nada, y que mientras les apoyábamos, esperábamos ustedes se esforzaran por hallar una manera de salir adelante. No hagan, por favor, que dude de haberles hecho un bien.
– No pudimos salir a buscar nada, como hacíamos antes de ustedes, pues esa la convirtieron ustedes en su obligación, a cambio de que nosotros los hiciéramos ver bien. Ahora le digo para no perder más su tiempo ni el nuestro que de no volver a cómo eran las cosas, le asesinaremos y a cada uno de su familia. Y quede claro en su mente que la culpa es toda suya señor, pues en la fe que a usted teníamos ya se han embarazado tres de las nuestras, y mantenerlas no será tan fácil. Si las cosas continúan como ahora de lo mismo nos sirven vivos o muertos.
Las dos chicas de la familia, quedaron en un estado frío de pánico y resentimiento, contra los auxiliados y contra el señor Sánchez también. Ya saben; Instinto y objetividad.
– Cuide sus palabras, pues las autoridades intercederán si ustedes intentan cualquier cosa.
– No habrá más de un intento señor. Tiene dos días. – dijo el hombre de barba amplia antes de dar la vuelta y partir.
– Lucio. Temo por mí y por mi hija.
– ¿No quisiste decir “por mi hija y por mí”?
– Lucio. Quiero un arma, para mí y para ti.
– ¿No es más fácil decir “nosotros”?
– No es momento para tus estupideces. Sabes bien lo que digo y lo que quiero decir. Los ineptos policías no pueden defendernos de ellos. Y si tú tampoco eres capaz mejor me marcho, y me llevo a la niña también.
– Estas convencida de que ésto es por completo culpa mía.
– Es lo que acabamos de escuchar. Ahora es momento de tomar una decisión y sobre todo de actuar. ¿Qué acaso no piensa en mí?
– ¿Para qué? De eso ya te estás ocupando magistralmente. Debemos concentrarnos en tener ingresos de nuevo.
– ¡¿Y para qué demonios sirve tu dinero ahora?!, ¿Quieres continuar alimentando este chantaje?, ¿Cuánto tiempo Lucio?, ¿Cuánto tiempo? Nos has puesto la soga en el cuello. ¿Y ahora?
– ¡Con una chingada, cállate y déjame pensar!
– ¿A dónde vas?
– A tratar de arreglar las cosas.
– Mamá… ¿Por qué yo no los había escuchado hablar así antes?, ¿Ya no se quieren?, ¿Nos van a robar?, dime mami, dime.
– Son cosas que no entenderías hija, sucede que tu padre es un idiota. Y yo… y yo… yo tengo mucho miedo.
– No soy idiota como papá, y puedo entender, dime: ¿Ya no nos quieren esos pinches vagos?, ¿Hizo mal Lucio en ayudarles?
– Hi… ¿Hija?... Dónde aprendiste a hablar así…
– Sé que está mal, pero a veces escucho las pláticas que tienes con papá, a quien ahora llamas Lucio… y no es lo único que escucho (ríe).
– ¿Y por qué no dijiste nada antes?
– Pues pensé en decirles, o en dejar de escuchar, pero hoy, de pronto aprendo de ustedes que está bien tener secretos y disfrazar las palabras. Y que cuando uno tiene miedo, está bien dejar de pensar en los demás. Y querer huir para salvarse uno mismo quedando después los demás. Ahora Lucio…
– Deja de llamarlo Lucio, ¡es tu padre!
– ¡Es un idiota, es un idiota!, ¡tú lo dijiste!, ¡Y por su culpa nos van a matar!, ¡y a ti no te importa nadie más que tú misma!
– (Interrumpe con una bofetada) ¡Calla!
– (Patea la espinilla de la madre) ¡Calla tú!, ¡Como has callado todos estos años!, ¡También escucho tus llamadas con la abuela!
La madre se perturba… Todo es silencio, la niña ríe y llora… La madre mira hacia la puerta, entra un sujeto con una navaja y las asesina contundentemente. Detrás de él entran varias personas y toman todas las cosas de valor de la casa. Arrojan un cadáver al piso y prenden fuego a la casa. Uno de ellos, de gran barba llama por teléfono y dice:
– Listo.