top of page

Nota suicida de un chico ordinario y aburrido

Nota suicida de un chico ordinario y aburrido.

 

 Si pudiera pedir un deseo, sería no tener siempre la razón, si me tienes muy poca paciencia y llegas al final de esta nota suicida entenderás que lo opuesto de lo que odias no es mejor.

 

Sucede que de niño nunca tuve la razón. NUNCA, fue mi infancia toda una cadena de errores (lo que es de hecho, más trágico de lo que se pueda escribir y leer). Me movía la inercia del tiempo, colocándome siempre en el espacio adecuado y con las personas indicadas, que siempre ignoré por no saber hablar. No me refiero a un problema fisiológico, simple estupidez, cuando uno nace y crece encerrado hablando con amigos imaginarios nada sabe de cómo hablar con las personas: era un niño sociópata sin autoestima (¿dramático hasta ahora?…. supongo que debo justificar mi deseo). Lo antes dicho me llevó en automático a ser un preadolescente sociópata y sin autoestima y un adolescente peor. Y vaya que dolió… a veces aún duele.

 

En fin, llegó el día de irme de casa (triste la vida de alguien que en dieciocho años no llena una cuartilla). ¡El día de irme de casa!, No fue tan glamuroso, de hecho no lo fue para nada. Fue llegar a un lugar sólo y frío con gente acompañada y fría. Ocurrió entonces una epifanía verídicamente procedente del cielo: el poder entender que había salido mal toda mi vida; nunca tuve voluntad ni consciencia sobre mis actos y pensamientos, como dije todo era inercia, y es que el obsesivo de la disciplina de mi padre nunca me enseñó que la vida está hecha de decisiones (la segunda lección más grande de la vida, y no me la enseñaron mis viejos, eso también duele); yo la concebía como un conjunto de normas, limitaciones, insultos y órdenes con los que nunca se está de acuerdo y a los que uno no se puede negar (lo juro, mi concepto de la vida se limitaba a eso).

 

Ahora era el momento de actuar en consciencia y con voluntad para formarme un espacio mejor. Pero la inexperiencia debe ir acompañada de la prudencia, cosas de las que tenía demasiada y casi nada respectivamente. Lo que generó otra cadena de errores muy poco diferentes a los anteriores, ante los que ahora sí era posible aprender, pues antes era dejarme llevar contra las rocas y las espinas, ahora era yo, decidiendo dar un salto hacia allá. ¿Falta de sentido común?; Sí. Y de amor.

 

Dude, es cierto que de los errores se aprende, de la soledad se aprende, de la tristeza y el desengaño se aprende… del dolor se aprende… imagina una vida de veinte años hundidos en este tipo de aprendizajes… para cuando decidí cometer el último error llegó la continuación de mi epifanía divina: Pude apropiarme al fin del aprendizaje generado por todo el drama de vivir dos décadas siendo yo. De cada error y cada hora de llanto, de cada momento de contemplación de la felicidad ajena y de mi miseria interna, aprendí; era conocimiento y experiencia, ahí listo para ser usado.

 

Desde ese momento hace casi cuatro años, no he cometido ningún error que se asemeje a los anteriores, veo a través de las personas (excepto de mi padre), de su felicidad y su depresión, de sus deseos y sus mentiras. Resulta todo un torbellino del caos más predecible y burdo. Ahora que con palabras hacia los demás me hago de mis cosas. Ahora que me dicen estoy a punto de ser adulto, me he cansado de tener durante cuatro siempre la razón, pues los demás o ya la saben y no les importa o no les importa y además no les importa.

Mientras las demás personas son felices con lo que les rodea, veo como yo lo soy más, y al siguiente instante soy miserable de nuevo, pues entiendo que esto no terminará bien, que de hecho no ha estado bien desde tiempo atrás.

 

Y es que la lección más importante de la vida, que deben enseñar los viejos es a conocer la felicidad, probarla y entrenarnos toda la vida para poder alcanzarla…la felicidad de TODOS (y bueno, aprender esto después de la mayoría de edad sólo baja la moral, aunque en los templos religiosos lo enseñan 24/7, el tipo de cosas que no sabemos, pero creemos saber y posponemos su práctica puesto que no nos importan).

 

No es para mí una costumbre el ser feliz como lo es para algunos de mis colegas, es para mí algo nuevo…que resulta triste no poder compartir.

NO HAGAS AMIGO DE LO NUEVO Y PLACENTERO ALGO COMÚN QUE TERMINE POR SER TRIVIAL, DEJATE SIEMPRE SORPRENDER POR LO QUE YA LO HIZO ANTES Y POR LO QUE NO LO HA HECHO ANTES.

 

Eso pienso de la felicidad, y de la depresión: es un estorboso demonio que no haya cabida si se está consciente. Eso sí es algo viejo para mí, que es de mi manera objetiva de creer: innecesaria.

 

Hoy que veo que no todos son felices, porque no pueden o porque no quieren…hoy que yo soy, la mayor parte del tiempo y sin sujeción a condiciones, feliz, hoy que entiendo las causas, orígenes y consecuencias de la infelicidad. Hoy quiero tirar la toalla. Pues me he convencido de que esto se vendrá encima de todos, los felices, los infelices, los imbéciles y los distraídos (exceptuando algunos sabios).

Alguien antes ya debió haber pedido el deseo de que todos pudiéramos ser felices, porque de hecho ya es posible. Hoy me uno a los que desean que quienes lo deseen puedan aprender y enseñar el arte sencillo y magnífico de la felicidad. Aun si resulta imposible hacer a un lado a los demás. Supongo que es parte de la dificultad que verifica el valor del logro y es, hasta el día en que escribo esto, inexorable.

 

Si pudiera pedir un segundo deseo, sería revertir todo el daño que causé con mis errores, realmente involuntarios e inconscientes.

 

Mi tercer deseo sería haber llevado una vida dosificada de éxito y de fracaso. Que hoy me permitiera no sólo entender a los demás, sino comprenderlos, asemejarme un poco a ellos para no fingir todo el tiempo. Para no cambiar mi felicidad por frustración e impotencia en cuanto alguien miserable cruza mi camino. Para no tener siempre la razón, porque eso molesta a las demás personas. Tanto que el mismo y reducido número de personas que me aprecian es igual al de las que viven disgustadas de mí y me llaman pretencioso, por yo llamarles predecibles (que no sorprenden ni se dejan sorprender).

 

En fin. La felicidad a medias es medio insípida. Si tuviera más valor quizá no necesitaría volver a nacer.

 

Gracias, por acompañarme hasta el final de esta nota, lo agradezco pues me has acompañado a lo largo de toda mi vida, a veces sólo así se comprende por qué alguien se atreve a decir lo que siente. A veces se aprende del error ajeno y duele menos. A veces… con un trozo de papel, una sonrisa y un abrazo se comparte la felicidad.

bottom of page